Abrazados en la ligera densidad de la noche
dos cuerpos se acercan en 
espumosas bahías
de un mundo de verdores soterrado
Si nada toma 
forma,
si nada es concreto,
puede la Presencia confundirse con la brisa de 
un amanecer
entre olas esmeralda que son cuerpos entrelazados.
Desde 
la esencia incorpórea, jugando a tomar forma,
de voluptuosidad 
eléctrica,
él y ella se acuestan
callados,
como inermes lirios en el 
lecho de un río.
Concretándose cada vez más, como figuras humanas
de 
valvuciente sensualidad,
el espíritu toma forma
se yergue, acaricia, besa, 
recorre,
entra en rubí y es acogido
en sonrisas, complicidades y 
dulzuras.
Un irresistible deseo de desnudo
les acomoda a la naturaleza 
virginal
de la que proceden
abiertamente.
Y en lujuriosos placeres 
de sencillez encantada 
por la rítmica percusión de tambor 
las miradas se 
encuentran
para ahogarse en éxtasis
de amor desdoblado
Los sentidos 
se acrecientan
palpan las formas, los tactos, las voces y los 
olores
confundiéndose en trino de paisajes voraces:
lo que no habían 
obtenido
ni experimentado.
Llenarse de la forma para ser
palpar 
sintiendo 
engullendo el abismo
preciptarse sin temor, o 
temerosos,
conociendo lo desconocido y nuevo
en un improvisado 
dotarse
de hundimiento tierno
allí donde la generosidad
se 
vierte.
Esta es la historia de los encuentros
en brumosos atardeceres 
de niebla
cuando el soleado tótem en humildad avanza
para rendirle alas a 
naveganta favorecida.
Y aquí acaba el relato 
de marineros 
entrecruzados
como trenzas turbulentas,
entre el oleaje y la orilla
en 
la bahía del amor.
Miguel